Aquello de ponerle nombre a
cierta generación de autores curtidos en el hule y la nocturnidad del Aula de
Escritores sigue pendiente, pero eso no significa que la actividad se detenga.
Continuamos sumando obras y
proyectos, y eso siempre es una buena noticia. Sin ir más lejos, durante la
última fiesta de verano tuve ocasión de palpar por primera vez los lomos y las
entrañas de Juez y Parte. El caso de
Lucía Capdevila, la nueva novela de Enrique Fernández Campoy, a quien la
experiencia le brota por todas partes y en todos los sentidos, y de ahí que,
llegados a este punto, el libro se presente como el mayor de varios hermanos
que irán naciendo progresivamente en forma de saga o serie, como manda la
tradición del género policiaco desde que Holmes le subrayara a Watson lo
elemental por primera vez.
También en estos días hemos
estrenado el blog Cuidado con La Nena,
que es más bien un reestreno, o mejor dicho, un spin off. La Nena nació en un lugar
del mundo tocayo del de Aristarain, y con esa referencia a su paisano
inauguraba Silvia Pena su blog hace un par de años. Pero La Nena, que no crece
en edad (como Los Simpson) pero sí en carisma, ha terminado haciendo valer su
arrojo y sus artes pendencieras para conseguir un espacio propio. La Nena es
dulce y mordaz, de verbo afilado y dentellada fácil. Pelmazos y mamertos del
mundo, tiemblen. Los demás, disfruten.
La novela ha entrado en su fase
estival bastante convencida ya de lo que quiere ser de mayor. Acabo de terminar
lo que en principio será el prólogo, una escena de arranque movidita y con
chicha, situada justo en la víspera del aterrizaje en la Luna del Apolo XI, un
gran paso para un hombre y un filón para la narrativa, el escepticismo y la
leyenda urbana.
Yo que me reí en su tiempo de
mis abuelos porque no se creían lo del hombre en la Luna. Yo que fui tan
condescendiente con ellos y pensaba: “pobres, es la época que les tocó vivir y
la educación que les tocó sufrir”. Tiene gracia porque, en este siglo XXI que
tantos novelistas visionarios asociaron con la conquista del espacio galáctico,
día a día crece el número de incrédulos respecto a ese pequeño paso para el
hombre y grande para la humanidad que presuntamente tuvo lugar hace poco más de
cuarenta años sobre la superficie de la Luna.
Los intelectuales y los vecinos
del barrio, los presentadores de televisión y los compañeros del trabajo. Todo
el mundo se ha ido volviendo con el tiempo objetor de conciencia espacial. Y
encima, por si hiciera falta echar más leña al fuego de las dudas, va la NASA y
extravía en el 2011 todo el material grabado que supuestamente probaba la
inefable hazaña del señor Armstrong y compañía. Eso dijeron. Si es verdad, es
una chapuza. Y si es mentira, las he oído mejores.
Yo siempre he creído que un
poco de escepticismo en la vida es fundamental y necesario, pero me parece que
ya no somos tan sofisticados. O sea, que no es que pongamos en tela de juicio
lo que antes suscribíamos a ciegas porque seamos más inteligentes y, por tanto,
exigentes de cara al conocimiento. Ojalá, pero no. Lo que pasa es que somos
unos desconfiados. A secas. Nos hemos envuelto sin darnos cuenta en el parapeto
de los inseguros, en la desconfianza por sistema del que se siente inferior a los
demás y siempre teme que lo engañen. ¿Quién nos ha robado esa facultad de
decidir qué es verdad y qué no lo es? ¿Los políticos? ¿La tele? ¿El Twitter?
Mientras lo decidís, este
peatón sigue recorriendo las aceras y viviendo su Show de Truman particular. Esta
vez han sido unas banderolas callejeras.
3 comentarios:
Me siento honrada, profe, por aparecer en su blog casi "auspiciada". Muchísimas gracias. :)
El gran "capo" siempre fue muy aficionado a la pantalla y a la comedia política de la que sacó muy buenos réditos: Cuba 1898 hundimiento del Maine, Pearl Harbor domingo de 1941, julio de 1969 alunizaje de EEUU, 11 de septiembre de 2011 Torres gemelas.. Y suma y sigue. Si la gente cree en Dios sin haberlo visto, ¿por qué no van ha creer una escenificación bien programada?
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